“Leyendo
esto me acuerdo de su merced”, leo al amanecer, en un mensaje de
texto que me envía mi hermana Marlenys desde Nueva York, junto a un enlace para
acceder a una web. Sabe quién es mi periodista
favorita y no pierde ocasión para compartir conmigo sus artículos.
Es
tan temprano que los ojos no me asisten así que me quito la ropa y
entro en la ducha para ver si vuelvo a ser persona. El olor a
violetas del gel y el agua me hacen tomar tierra.
Ya
en la cafetería, frente a mi café, ese en el que cada día busco un
mensaje en sus posos,
abro mi teléfono móvil y pulso sobre el hipervínculo que me llegó desde el Atlántico: 'Soy feliz en Cartagena', titula hoy Leila Guerriero a su escrito semanal en el diario El País. La semana pasada fue: 'La luz limpia de Puebla'. Al leerlo me gustó y no caí en la cuenta de que algo había cambiado, a pesar de la imagen que lo encabezaba y a la que no presté ninguna atención. La rutina me hace eso, se instala y pierdo la atención.
abro mi teléfono móvil y pulso sobre el hipervínculo que me llegó desde el Atlántico: 'Soy feliz en Cartagena', titula hoy Leila Guerriero a su escrito semanal en el diario El País. La semana pasada fue: 'La luz limpia de Puebla'. Al leerlo me gustó y no caí en la cuenta de que algo había cambiado, a pesar de la imagen que lo encabezaba y a la que no presté ninguna atención. La rutina me hace eso, se instala y pierdo la atención.
Pensé
que, o seguía dormida o el periódico había colocado la misma
ilustración en los dos artículos. Un dibujo a mano, hecho por ella,
en el que dos figuras con la misma vestimenta, roja y pistacho,
caminan bajo un cielo azul nuboso, por una calle con fachadas
coloniales de color azul, limón, fresa, verde y morado, con balcones
y ventanales enrejados y sobre los que aparecen unas notas
manuscritas de esas que maltrazamos sobre libretas de viaje y que, al
final, pasado un tiempo, todos olvidamos lo importante de la nota.
Hasta
ese momento no caigo en la cuenta de que no son las columnas de
opinión que escribe habitualmente en este diario sino que están en
la sección de Actualidad bajo la descripción de 'Cuaderno de viaje'
y que van numeradas correlativamente y son dos. Leila nos habla de
sus viajes y me siento sola.
“El
presidente francés Hollande hoy hablará con el Papa”, más
o menos rezan así varios titulares en Internet. Tratarán el tema
del asesinato, en Saint Etienne du Rouvray, donde los
fanáticos yihadistas degollaron a un sacerdote francés. Todo apunta
a que el gabacho desabrochará con pompa su cinturón y bajará sus
pantalones tras los 15 meses de silencio y rechazo del Vaticano
a la propuesta de nombrar a Laurent Stefanini como embajador
en su sacro estado. Por lo visto, Stefanini, de 56 años, y el que
tenía más que sobradas cualidades para ser el candidato perfecto
ante el Papa Francisco no tendrá el plácet porque es gay. Lo
mismo ocurrió en 2007, siendo presidente Sarkozy, con
Jean-Loup Kuhn-Delforge. Hollande protegerá los eventos
religiosos y retirará al maricón.
No
dice nada sobre el asunto La Verdad, el diario regional de Murcia,
que acaban de dejar sobre mi mesa y sobre el que me descubro
recorriendo, con las yemas de los dedos, su portada como quien
acaricia una lámpara esperando algo mágico.
El
Papa no nos quiere. Por más que las lesbianas y gays creyentes
mantengan el celibato, se dejen la piel en las cuentas de los
rosarios, se coloquen en discreto silencio al final de los asientos
durante el culto o sean siervos leales y fregasuelos en sus
parroquias. Por más que monjas y sacerdotes gays imploren al cielo y
por más que los padres y madres de los homosexuales, avergonzados,
se empeñen en curarlos ingresándolos en clínicas de
deshomosexualización, en las que les meten a sus hijos un trapo seco
entre los dientes mientras les dan descargas eléctricas, la Iglesia
Católica
no moverá una coma en su doctrina, ni callará la boca soberbia y
homófoba que los desprecia con espumarajos desde los púlpitos.
“Quién
soy yo para juzgar a un homosexual”, dijo el papa Francisco en
2013. Los ojos de Tomi, presidenta del colectivo LGTB 'Entiendes
Mazarrón',
brillan cuando lo recuerda, “este es diferente, aunque luego no
puede llevar a cabo lo que insinúa por culpa de los otros. Por un
lado nos bendice y por otro... no sé como decirte, mejor que el
anterior es. No le dejan hacer lo que él quisiera”.
Pero
no, Tomi, el Papa
no te quiere, No nos quiere. Y tampoco a las mujeres ni a los niños
y el miércoles de la semana que viene, Leila ya no pondrá tu voz en
sus artículos poniendo a caldo al Vaticano, a los gobiernos, a las
mafias..., porque està descifrando las notas de su cuaderno de
viaje.
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